022. redemption

chapter twenty-two
022. redemption

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UNA VIUDA NEGRA y una víbora viciosa no podían ser más opuestas entre sí, pero cuando todo se reducía a la simple línea de salida, a los cimientos de sus vidas, en el fondo, sus venenos eran más o menos los mismos.

Por eso, cada vez que fracasaba lo demás, e inclusive antes de eso, Pamela Daniels y Natasha Romanoff siempre encontraban el camino la una hacia la otra. Aunque una arremetía, y la otra era meticulosa en su trampa, poco importaba, porque ambas habían sido creadas con el propósito de matar. Y lo sabían, aunque fuera un entendimiento subconsciente nunca hablado realmente entre ellas. Tanto Pamela como Natasha conocían lo que era ser moldeadas de la nada hasta convertirse en el arma y la máquina perfectas para otro con las intenciones más crueles, y habían seguido su programación durante tanto tiempo sin pensárselo dos veces.

Había muchas cosas sobre Natasha Romanoff que Pamela Daniels no sabía. Y tal vez nunca sepa todos los detalles sobre el pasado de la Viuda Negra y la historia completa de cómo llegó a donde está ahora. Y Natasha tampoco sabía todo sobre ella, y tal vez nunca lo sepa. Pero no era necesario.

Porque cuando una resultaba herida, la otra se arrastraba hacia las sombras más profundas de su guarida o red y ofrecía una forma de consuelo que nadie más podía ofrecer.

Pamela levantó la vista cuando se abrió la puerta de la habitación de invitados en la que estaba. Su ceño severo por su conversación con Steve se suavizó al ver a Natasha. Lucía un poco mejor que hace unas horas, pero había algo roto en ella que nunca podría arreglarse adecuadamente.

Pam frunció los labios.

—Aún no estás muerta, ¿eh?

Natasha logró esbozar una sonrisa tensa. Ella sacudió su cabeza.

—¿Y tú?

Pamela suspiró y se sentó en el borde de la cama.

—Ya te informaré.

Romanoff suspiró por igual y se acercó para sentarse a su lado. Ambas ex-agentes permanecieron en silencio durante un buen rato, exhaustos y sintiéndose como cristales rotos.

Entonces, Pamela encontró la mirada de su amiga.

—Si pudieras ser cualquier otra cosa, si tuvieras la oportunidad de tener una vida normal, ¿qué harías?

Natasha quedó sorprendida por la pregunta. La consideró, con los labios juntos. Al final, se encogió de hombros y una pequeña y triste sonrisa apareció en la comisura de sus labios.

—No lo sé, puede que viajar. Conseguir una casa en Ohio.

—¿Ohio? —Pamela soltó una suave risita, sin esperar esa respuesta—. ¿Qué hay en Ohio?

Romanoff se encogió de hombros, volviendo a tener ese aire misterioso que le decía a Pamela que no iba a recibir respuesta a su pregunta.

—¿Qué no? ¿Adónde crees que debería ir? Ya has probado una vida normal. Ilumíname.

Daniels vaciló, jugueteando con sus dedos.

—No lo sé —respondió con sinceridad—. Lo sigo averiguando. Tal vez nunca lo descubra.

Escuchó una risa infantil. La pequeña niña de Barton corría por el pasillo después de regresar de jugar afuera. Pamela sintió una punzada de anhelo en el pecho ante el sonido.

—¿Y qué quieres? —preguntó Romanoff después de un momento, habiendo notado que la atención de Pamela se desviaba.

El dolor en el pecho de Pamela le hizo contener la respiración. Esto, se dijo a sí misma. Quiero esto. Un hogar, una vida, una familia... crear la felicidad que nunca tuvo de niña; un felpudo de bienvenida en el porche de una casa que adquirió para sí misma, con una puerta siempre abierta para la niña perdida atrapada en su corazón. Quería un hogar.

—Un jarrón —decidió responder al final—. Un jarrón sobre una mesa junto a la ventana.

Se tragó el nudo que tenía en la garganta y se miró las manos.

—No sé cómo voy a redimirme lo suficiente como para conseguirlo.

—No lo sabes —asintió Natasha en un murmullo, y Pamela volvió a mirarla a los ojos, llorosa—. Debes seguir intentándolo.

Ella asintió, el nudo en su garganta ahora le dolía. Pamela lo tragó con fuerza junto con sus lágrimas.

—El dolor sólo te hace más fuerte, ¿verdad? —dijo las palabras que Natasha le dijo el año pasado, y compartieron una sonrisa triste.

Hubo un golpe en la puerta y ambas miraron hacia arriba. Barton se apoyó contra la puerta con los brazos cruzados.

—¿Tenéis hambre?

Pamela miró a Natasha. Ella se encogió de hombros.

—Un poco.

Clint empujó la puerta.

—Bien, porque vamos a poner la mesa. Además, Fury está aquí.

Luego se alejó y Pamela se quedó mirándolo, sorprendida por la noticia y con qué indiferencia Clint la compartió.

Inmediatamente se puso de pie y salió por la puerta del dormitorio.

No había visto ni sabido nada de Fury desde que pasó a la clandestinidad el año pasado. El mundo lo daba por muerto, y ellos habían hecho todo lo posible por mantenerlo así. Ella y su antiguo jefe no habían terminado en los mejores términos, pero eso no impidió que su respiración se entrecortara con la anticipación de volver a verlo, confundida pero al mismo tiempo, no sorprendida de que mostrara su rostro ahora en crisis. Estaba ansiosa. De todos, él era la única persona a la que, si volvía a ver, no sabría exactamente qué decirle... No tenía muy claro cómo serían las cosas entre ellos, cómo de tensas e incómodas.

Y aquí estaba ella, corriendo por el pasillo para verlo, como si estuviera en el Triskelion, con la respiración contenida mientras esperaba una aprobación que nunca llegaría.

El salón de la casa de los Barton al atardecer era algo cálido y animado, reconfortante y aunque ruidoso, seguía siendo muy tranquilo. La señora Barton permanecía sentada en los sillones, sonriendo al dibujar con su hija mientras su hijo ayudaba a poner la mesa para la cena. Clint revoloteaba junto a la cocina, manipulando dardos y lanzándolos con perfecta puntería mientras vigilaba los fogones. Jugaba con Stark, cuya puntería era mucho más descuidada. Banner rondaba cerca de la esquina del comedor, con un vaso de agua en la mano, y Steve estaba apoyado en la pared, en el umbral entre el comedor y el salón, charlando en voz baja con Fury, que se estaba sirviendo un vaso de agua en la cocina.

Pamela se adelantó, con la mirada fija en él. De algún modo, Nicholas J. Fury no había cambiado nada. Llevaba varias capas de ropa para combatir el frío, una larga gabardina oscura y un gorro ajustado a las orejas, pero no podía ocultar el parche en el ojo, la severidad de su mandíbula y el surco de sus cejas; la vigilancia constante y la rígida estatura de un hombre que había sido director de S.H.I.E.L.D.

—Fury —respiró Daniels, deteniéndose justo en la entrada de la cocina. No se movió más, estaba demasiado asustada para hacerlo. Fury escuchó su voz y se giró, y cuando fijó su mirada, ella vio que una parte de él dudaba, como si tampoco estuviera seguro de qué decirle.

Al final, él sólo asintió.

—Daniels —la saludó con la misma voz de siempre, como si nada hubiera cambiado—. Me alegra verla.

—Lo mismo digo, señor —respondió ella, sintiendo su pecho apretarse en el aire tenso.

Eso fue todo, el momento pasó y Pamela sintió esa vieja y rancia decepción. Un año sin saber nada de Fury, un año sin verlo, y no significó más que un asentimiento y seguir adelante.

Se mordió el interior de la mejilla, maldiciéndose en silencio por esperar algo más. Pamela miró de reojo y captó la mirada vacilante de Steve. Tuvo que apartarla, caminando hacia Barton en la cocina. La amargura y la decepción que sentía por él tampoco la habían abandonado.

Pamela se ofreció a ayudar a preparar la cena para distraerse antes de que su mente se volviera loca.

La cena en sí fue muy incómoda. Había tensión en todo el equipo, hasta el punto de que ni siquiera se sentía como uno. Estaban demasiado destrozados y fracturados que incluso los más mínimos hilos que los mantenían unidos parecían estar deshilachándose. Uno de ellos estaba ausente, la mayoría callados y distantes, Steve y Tony estaban tan tensos que parecía que se estuviera gestando una gran discusión entre ellos, y Pamela simplemente estaba involucrada y no estaba disfrutando el viaje.

Ella y Steve no tuvieron más remedio que sentarse juntos a cenar, y eso no ayudó. Pamela era lo suficientemente testaruda como para no decirle una palabra. Decidió que no lo haría, que no iba a hacer nada más hasta que él tomara su decisión; hasta que él demostrara que estaba listo para poner todo su esfuerzo y su atención, hasta que la eligiera a ella. Y quería que él supiera eso con cada puñalada pasiva-agresiva silenciosa que hacía con el tenedor en la ensalada.

A su otro lado estaba la menor de los Barton, Lila, lo que no ayudaba a mejorar el humor de Pamela. La joven parecía hallarla afable a pesar de su constante ceño fruncido ante la comida y se empeñaba en contarle todo lo que aprendía en el colegio, su cena favorita y cómo quería disparar un arco como su padre, e intentaba escabullirse una y otra vez para coger sus dibujos y enseñárselos a Pamela antes de que su madre o su padre se dieran cuenta y la regañaran. Intentaba impresionarla, y ella no sabía muy bien cómo reaccionar.

Era aún más extraño estar sentada en una mesa de comedor, cenando con Nick Fury entre ellos. Pamela todavía no lo había comprendido adecuadamente, ni avanzado entre todo lo demás, ni había podido comprender cuánto le gustaba la ensalada de patatas.

Al acabar la cena, Lila se llevó a Pamela antes de que pudiera ofrecerse a ayudarla a limpiar para que se uniera a ella dibujando junto al sofá. Pamela tenía demasiado miedo de disgustarla como para negarse, por mucho que le chocara estar sentada en el suelo, rodeada de lápices de colores en una casa que parecía un hogar, con una familia tan unida, y sintiendo en el fondo envidia de la vida que siempre había deseado.

Mientras Pamela ayudaba a Lila a colorear de amarillos las alas de una mariposa, las conversaciones sobre Ultrón llenaron la cocina y el comedor después de la cena.

—Ultrón os ha sacado del partido para ganar tiempo —estaba diciendo Fury, enjuagando los vasos antes de colocarlos en el lavavajillas, otro sitio que posiblemente era incluso más discordante que la reconfortante vida hogareña dentro de la granja de los Barton—. Mis contactos dicen que está construyendo algo. Por la cantidad de vibranium que se agenció, no creo que sea una sola cosa.

—¿Y qué hay del propio Ultrón? —murmuró Steve, manteniendo la voz baja para que la familia de Clint no escuchara demasiado.

—Listo —le susurró Pamela a Lila mientras terminaba de colorear su lado del ala. Miró brevemente a Laura Barton, que estaba convenciendo a su hijo para que se fuera a la cama—. Enséñaselo a Nat. Y me da que ya es hora de ir a la cama, ¿cierto?

—Oh, es fácil de rastrear —continuó Fury mientras Lila se alejaba corriendo hacia la mesa del comedor donde Romanoff todavía estaba sentada para mostrarle el dibujo. Pamela volvió a mirar a Steve brevemente, e incluso en medio del tono grave de la conversación que estaba teniendo, había suavidad en sus ojos al verla en un ambiente tan tranquilo—. Está en todas partes. El tío se multiplica más deprisa que un conejo de campo.

Steve fijó su mirada en Pamela mientras Lila corría hacia ella para darle las buenas noches. Una extraña calidez creció en su pecho al verla congelarse, sorprendida por el abrazo, solo para suavizarse y abrazar torpemente a la hija menor de Barton.

—Aún así, eso no nos aclara cuáles son sus planes.

—¿Busca códigos de lanzamiento? —la voz de Stark obligó a Steve a concentrarse nuevamente en el problema en cuestión. Había vuelto a jugar a los dardos.

—Sí, así es —contestó Fury—. Pero no está haciendo ningún progreso.

Tony se burló y lanzó otro dardo. Le pasó los siguientes dos a Barton a través de la ventana de la cocina, quien todavía limpiaba tras la cena.

—Crucé el cortafuegos del Pentágono en la secundaria por una apuesta.

El ex-director de S.H.I.E.L.D. tarareó, sin importarle mucho el sutil alarde de Stark.

—Ah, he contactado con nuestros amigos del Nexus al respecto.

—¿Nexus? —Steve frunció. Se cruzó de brazos y se apoyó contra la pared.

—Es el centro mundial de Internet en Oslo —ofreció Banner, en la esquina de la mesa del comedor. Se subió las gafas a la nariz—. Cada byte de datos pasa por allí. El acceso más rápido de la Tierra.

—¿Y qué han dicho? —Barton dejó a un lado la limpieza de los platos y examinó los dos dardos que Stark le entregó.

—Está obsesionado con los misiles. Pero cambian los códigos constantemente.

Stark sacó sus dardos del tablero.

—¿Quién?

Saltó cuando, en una fracción de segundo, dos dardos reemplazaron los suyos, encontrando un lugar raro y perfecto justo en el centro del tablero. Le lanzó una mirada a Barton, quien simplemente se encogió de hombros, sin disculparse.

—Unos desconocidos —Fury cerró el lavavajillas y se giró hacia el equipo, cruzándose de brazos.

—¿Tenemos un aliado? —preguntó Romanoff, tratando con todas sus fuerzas de ocultar su desesperada esperanza de que al menos algo estuviera a su favor.

—Ultrón tiene un enemigo —corrigió su antiguo jefe—, que no es exactamente lo mismo. Aún así, pagaría una pasta por saber quién es.

—Quizá deba visitar Oslo —dijo Tony, dejando la diana y admitiendo su derrota—, y encontrar a nuestro desconocido.

Pamela terminó de recoger el papel y los lápices. Se levantó y torpemente se dirigió hacia donde estaba el grupo. Se abrazó el estómago y se paró a la sombra de la estantería. Vio a Natasha suspirar y recostarse en su silla.

—Es un gusto verle, jefe —murmuró, incluso bruscamente—, pero esperaba que cuando le volviera a ver, tendría más que eso.

Fury le frunció el ceño.

—Y así es —dijo simplemente. Hizo un gesto a los Vengadores—. Les tengo a ustedes —ante su silencio, suspiró—. En los viejos tiempos, tenía ojos y oídos en todas partes. Tenían toda la tecnología que podían soñar. Y aquí estamos, de vuelta en la Tierra, sin nada más que nuestro ingenio y nuestra voluntad de salvar al mundo. Ultrón dice que los Vengadores son lo único que se interpone entre él y su misión, y lo reconozca o no, su misión es la destrucción global. Todo esto, muerto y enterrado. Plántenle cara. Derroten a ese bastardo de platino.

Mientras Fury se sentaba a la mesa, Natasha tomó un sorbo descarado de su bebida, e incluso si estaba agotada, logró decir:

—A Steve no le gusta esa forma de hablar.

Steve se volvió hacia ella, pero había un soplo de diversión en su lengua.

—Ya te vale, Romanoff.

El rostro de la Viuda Negra se iluminó con una pequeña sonrisa divertida.

—¿Se puede saber qué quiere? —dijo Fury, inclinándose hacia adelante en su silla. Los miró a todos con una única y aguada mirada.

—Volverse mejor —respondió el Capitán América—. Mejor que nosotros. Sigue fabricando cuerpos.

—Cuerpos de personas —añadió Stark—. La forma humana no es eficiente. Biológicamente, estamos pasados de moda.

—Es más que eso —habló finalmente Pamela, y el resto la miró—. Quiero decir, sí, sigue construyendo algo mejor, pero ¿qué tiene eso que ver con su misión? Me refiero a su programación —señaló a Stark—. Banner y tú programasteis a Ultrón para traer la paz al mundo, y él descubrió que el problema del mundo es la gente. ¿Cómo va a mejorar eso? Podría aniquilar al mundo, y ya lo ha intentado, pero no funciona, así que tiene un nuevo plan. ¿Por qué necesita vibranium, por qué incluye construir y mejorar cuerpos...? ¿Cómo va a servir de protección a la gente?

Se detuvo cuando notó a Banner frunciendo el ceño por encima del hombro de Romanoff. Cogió el trozo de papel que había sobre la mesa frente a ella: el dibujo infantil de una mariposa de Lila.

—No necesitan que la protejan, necesita evolucionar —murmuró, con la respiración entrecortada al darse cuenta. Miró al resto—. Ultrón va a evolucionar.

—¿Cómo? —exigió Fury.

Un aire viciado invadió la habitación cuando Banner dijo:

—¿Alguien ha estado en contacto con Helen Cho?

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FURY FUE A BUSCARLA justo después.

Pamela no se lo esperaba. Escuchó los pasos detrás de ella mientras se aseguraba las muñecas antes de ponerse los guantes sin dedos, preparándose para el combate. Steve la quería con él, Barton y Romanoff, y aunque no estaba exactamente segura de qué ayuda sería contra los robots, Pamela no estaba preparada para decir que no, porque sabía que recibiría otro discurso de su parte sobre ser un héroe.

Miró por encima del hombro y se quedó inmóvil, sorprendida. Pamela apretó y aflojó las manos antes de darse la vuelta cuando Fury se acercó. Entró en el dormitorio de invitados.

—Señor —dijo, sin estar segura de lo que quería.

Fury se frotó las manos y las metió en los bolsillos de sus vaqueros. Parecía demasiado casual para Pamela sentir que estaba hablando con el mismo hombre que conoció hace un año, y tal vez en algunos aspectos Fury ha cambiado, y tal vez un poco para mejor.

—Veo que se ha mantenido ocupada desde la última vez que la vi —decidió decir, sonando muy indiferente.

Pamela se dio cuenta de lo que quería decir y no pudo evitar soltar un pequeño suspiro divertido. Miró sus manos y respiró hondo antes de enderezar los hombros y encontrarse con su mirada una vez más.

—Resulta que el Capitán Rogers y yo formamos un equipo bastante bueno. ¿Quién lo hubiera pensado?

Consiguió que una pequeña sonrisa divertida apareciera en los labios de Fury, siendo todo un logro.

—Ha recorrido un largo camino, Agente Daniels —dijo su antiguo director, y sonaba orgulloso; por primera vez, Nick Fury no estaba preparado para ocultarlo.

Sin poder evitarlo, Pamela sonrió. Su pecho se hinchó de orgullo por sí misma, una felicidad que no podía describir, pero que significaba muchísimo para ella y le daba un nuevo sentimiento de esperanza.

—Gracias, pero no soy una Vengadora, señor.

Fury hizo una mueca dudosa.

—¿He dicho que lo sea? —dijo en ese tono que ella recordaba tan bien, y eso la hizo reír—. Aún así, está aquí —agregó y sus risas se desvanecieron. Ella frunció los labios, sabiendo lo que estaba haciendo.

Pamela respiró hondo y deslizó la mano en el bolsillo donde estaban sus tarjetas coleccionables.

—Sí —miró sus botas—. Sólo... intento hacer lo correcto, señor.

Su antiguo director asintió, y ser respetado por Fury era algo más grande que cualquier cumplido.

—Coulson la enseñó bien, Daniels.

Al oír eso, sonrió.

—Sí —pensó con cariño en su antiguo mentor—. Lo hizo. Ojalá respondiera a mis llamadas. Yo... —vaciló—. Lo necesito ahora mismo —admitió Pamela, inusualmente vulnerable delante de Fury.

Fury suspiró y asintió.

—El director Coulson tiene mucho entre manos. Se está ocupando de una crisis que requiere toda su atención.

—¿Crisis?

El antiguo director de S.H.I.E.L.D. sonrió.

—Me temo que eso es clasificado.

Pamela puso los ojos en blanco, pero sorprendentemente no estaba molesta.

—Pero la está vigilando —ante las siguientes palabras de Fury, el ceño de Pamela se suavizó—. Créeme. Sabe que está aquí —sonrió su antiguo director—, y está muy orgulloso, Pamela.

Sus cejas se arquearon y la ola de emoción que la recorrió hizo que reapareciera ese molesto nudo en su garganta. Pamela juntó los labios para mantener la compostura, pero le escocían los ojos por las lágrimas que se avecinaban. Incluso ahora, lo extrañaba; sabía que Coulson estaba vivo, era difícil seguir adelante porque sabía que él estaba allí, pero no podía estar aquí con ella. Tenía que descubrir el resto de su camino por su cuenta, pero la única razón por la que estaba en el camino correcto era porque Coulson la ayudó a llegar.

Pero Pamela también le debía mucho a Fury. Tras la muerte de Coulson —o eso creía cualquiera —estuvo a punto de rendirse y tirar la placa a la basura, pero Fury la alentó para que mantuviera la cabeza alta. Y sí, aunque no era perfecto y había cometido sus errores, Pamela se dio cuenta de que, en el fondo, bajo sus muros de piedra y su armadura, Nick Fury tenía un corazón blando que se preocupaba por Pamela Daniels y estaba orgulloso de ella.

—¿Se lleva a Banner de vuelta a Nueva York? —quiso saber. Fury asintió—. Entonces, ¿es otro adiós?

Su antiguo director se enderezó.

—Tendrá noticias mías —le dijo y ella volvió a sonreír, divertida.

—Lo sé —dijo Pamela, genuina—. Gracias de nuevo, señor. Y si ve a Coulson...

—Lo verá usted misma —le aseguró Fury. Luego, le dio un último asentimiento antes de irse. Pamela lo vio alejarse y sintió que una vieja herida suya finalmente había sido curada.

Tomó aire y se quitó el pelo de la cara. Aquí estaba, a punto de salir y posiblemente luchar contra robots... Al menos su vida era interesante, ¿verdad?

Daniels salió de la habitación y recorrió el pasillo. Pasó junto a un espejo y se detuvo momentáneamente. Mirando su reflejo, tragó saliva cuando su imaginación la atormentó con el recuerdo de un brazo de metal brillando sobre su hombro. El fantasma de todos sus errores.

Pamela sacó esos pensamientos de su mente y fue al salón, donde se reunía el resto del equipo. Pero antes de llegar allí, se encontró con Tony Stark.

Torció los labios, preguntándose si debería ignorarle y pasar de él, pero en lugar de eso, se encontró caminando hacia él. Al verla, Tony se puso más erguido.

—Oh, chavala, sigues aquí.

Daniels arqueó una ceja dudosa ante su saludo.

—¿Por qué no lo estaría? —ella se detuvo frente a él—. Y no me llames así.

—O chavala o Down Under —Stark sopesó sus manos y ella suspiró, arrepintiéndose inmediatamente de haber decidido detenerse a hablar con él—. Te toca uno u otro, los mendigos no pueden elegir —antes de que ella pudiera discutir, él continuó—. No me sorprende, la verdad, quiero decir... Es bueno. Tenemos un hombre menos. Un dios, así que puede que no sea tan bueno. Te doy puntos por la participación. En realidad, me retracto. No confío en ti.

Ella parpadeó, sorprendida por la confesión. Miró a Tony Stark y se tomó un momento para comprender lo que había dicho... en tan poco tiempo. Pamela frunció el ceño.

—¿Qué?

Tony se encogió de hombros.

—No es nada personal —se acercó más a ella—. La verdad es que me gustas, eres difícil de cascar, es divertido, pero no me gusta por qué estás aquí.

Pamela no pudo evitar enojarse.

—¿Por qué estoy aquí? —ella se burló—. No estaría aquí si no hubieras creado un robot asesino...

—Androide, es un error común...

—... pensando que eres un salvador para el mundo —continuó ella, sin echarse atrás mientras la lívida respiración le subía al pecho—, que puedes resolver los problemas ajenos con una armadura. El caso es que no me caes bien, Stark. Eres arrogante. Eres odioso. No puedes admitir cuando te equivocas. Tu genio nos arrastró hasta aquí...

¿Nos? —Tony la cortó, riendo con amarga diversión—. Lo siento, ¿desde cuándo es "nos"? —la señaló y ella lo miró con odio—. La última vez que lo comprobé, no eras una Vengadora. Solo eres la polizona del Capi. Nadie confía en los polizones, y yo confío aún menos en una serpiente.

Sus palabras la impactaron tanto que se quedó sin habla. Se quedó allí en el pasillo, algo dentro de ella se retorció y luego se hundió, antes de convertirse en cenizas en el fondo de la boca de su estómago.

Pamela se miró en otro espejo cercano y se sintió mal.

¿Qué estaba haciendo ella aquí?

Le cayó encima una ola helada y se dio cuenta aún más. Pamela llevaba todo el rato en sus cabales, muy por encima de sus posibilidades. Quizá lo había disfrutado, sintiéndose de nuevo necesaria, útil. No se había dado cuenta de lo perdida que había estado sin S.H.I.E.L.D., sin tener algo por lo que luchar y sin un propósito. Oír órdenes, que le dijeran lo que tenía que hacer, luchar y darle puñetazos a las cosas habían hecho que volviera a una parte de su vida que había sido normal. Pamela se había acomodado demasiado.

Sentir que pertenecía a algún sitio, que tenía un lugar tan peligroso como el jarrón de su cómoda. Había dejado que la idea de ser una heroína, de encontrar la redención, de encontrar algo que sustituyera a S.H.I.E.L.D., los Vengadores, la consumiera hasta hacerla tangible, y así, sin más, había desaparecido porque, en primer lugar, nunca había sido real.

La Víbora Roja nunca podría ser una Vengadora. Nunca podría ser una heroína. Se había perdido en las palabras alentadoras de Steve, en su sonrisa esperanzadora, la misma trampa en la que siempre caía: buscar la aprobación y el elogio de alguien, porque ¿de qué otra forma podría demostrar que merecía su atención? ¿Su amor?

Stark tenía razón. Odiaba admitirlo.

La boca de Pamela se sentía seca. Su mirada se dirigió hacia donde estaba Steve, repasando su plan con Barton y Romanoff, y ya no quedaba ningún asiento adicional en la mesa para Pamela Daniels.

De alguna manera, esta vez, darse cuenta de que no era bienvenida... le dolió mucho más.

Se mordió el interior de la mejilla y se giró antes de que Steve pudiera verla. Se dirigió hacia la puerta, para salir corriendo, como siempre, pero algo la hizo detenerse. Notó a Laura Barton parada en el porche, sola, observando cómo los últimos rayos de sol desaparecían detrás de las cadenas montañosas.

Pamela frunció los labios y salió. El sonido hizo que la esposa de Barton mirara hacia arriba.

—Hola —dijo Laura, pero su sonrisa no llegó a sus ojos. Pamela notó que ella se secó rápidamente algunas lágrimas—. ¿Todo bien? ¿Necesitas algo?

Daniels tragó saliva y jugueteó con los dedos.

—Uh, sí —se acercó a ella—. Um... ¿Fury ya se fue con Banner?

Laura frunció el ceño, confundida, pero negó con la cabeza.

—No —señaló hacia el prado—, están preparando el quinjet ahí abajo.

—Gracias —sonrió Pamela con tristeza—. Creo que es hora de volver —admitió, y no estaba segura de por qué le estaba diciendo esto a la esposa de Barton—. No soy una Vengadora... así que, um... creo que es mejor que me vaya.

El ceño de Laura Barton se suavizó, extrañada, pero también con un hálito de tristeza. Sin embargo, no dijo nada. Se limitó a asentir.

—De acuerdo —esbozó una sonrisa—. Se lo haré saber a los demás. Que te vaya bien, Pam.

—Sí, lo mismo digo —Daniels miró por la ventana, y las luces brillaron a través de las cortinas. Su mirada se detuvo en la espalda de Steve, donde su escudo se erguía orgulloso y fuerte, un escudo que la había seguido a todas partes durante la mayor parte de su vida en blanco y negro, incluso antes de que Steve Rogers se convirtiera en un color intenso—. Um, una última cosa —se giró hacia Laura—. Dile... dile a Steve que lo siento.

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PAMELA SABÍA que Fury estaba decepcionado con ella y que Banner estaba confundido, pero no habló con ninguno y ellos no dijeron una palabra. En el fondo, no estaba segura de si lo prefería así o no. Estaba agradecida de poder finalmente bajar del quinjet, subirse al Uber de regreso a su departamento, abrir la puerta y dejar las llaves en el mostrador de la cocina. Estaba llorando y lo odiaba. Odiaba llorar, e hizo todo lo posible por no hacer ningún sonido porque no quería molestar a Ellie. Sabía que estaría durmiendo. Era tarde.

Tomó aire y lo soltó, y todo su cuerpo tembló. Su mirada se disparó hacia el techo y cerró los ojos con fuerza, tratando de detener las lágrimas, pero no funcionó.

Pamela tragó el nudo que tenía en la garganta y se dirigió al frigorífico, esperando que quedara algo allí. La verdad era que lo único que intentaba hacer era distraerse del dolor en su pecho; el dolor fracturado de saber que había decepcionado a Steve y que lo había abandonado. Lo que más le dolía era la idea de que ella también le había hecho daño.

Cogió algunas sobras de la tarta que había hecho y se sentó en el sofá, abrazando su cuenco contra sí. Apretó las rodillas contra el pecho, pero no probó bocado. Se quedó mirando el televisor, pero no lo encendió. Daniels se sentó en el silencio, completamente sola.

—¿La has hecho tú?

La voz hizo que Pamela se levantara de un salto, sorprendida, y dejara caer su cuenco. Se dio la vuelta, con los ojos muy abiertos y lista para atacar. No había oído nada, había revisado el apartamento, pero ¿quién había...?

Se quedó helada cuando lo vio.

El corazón de Pamela dio un vuelco, conmocionada y sorprendida. Su respiración se entrecortó y, sin más, el nudo en su garganta regresó aún más doloroso y apretado. No se movió. Lo miró fijamente, tratando de descubrir si era real o sólo su imaginación.

Hacía mucho tiempo que no veía esa sonrisa de labios finos.

Phil Coulson señaló con el pulgar hacia la puerta de la nevera.

—Tu compañera me dijo que podía probar un poco, así que me he servido yo mismo, espero que no te importe.

Pamela olvidó qué eran las palabras. No sabía si podría siquiera decir algo, no sabía si su boca realmente funcionaría.

Sus pies se movieron antes de que pudiera pensar. Tan pronto como lo hicieron, Pamela corrió hacia adelante. Contuvo un sollozo y rodeó los hombros de Coulson con sus brazos, cerrando los ojos con fuerza y rompiendo a llorar.

No parecía real que estuviera aquí. No parecía real que la mano de él descansara en su nuca y la abrazara, como solía hacer, el único contacto que se parecía a un padre que Pamela había tenido. Se aferró a su antiguo mentor, dejando salir todo lo que había sentido los últimos días, todo su miedo, toda su angustia hacia la única persona a la que había echado de menos más que a nadie.

—Te echaba de menos —logró decir finalmente entre lágrimas.

Coulson cerró los ojos y la abrazó un poco más fuerte.

—Yo también.

—¿Qué estás haciendo aquí? —dijo Pamela, sollozando para contener las lágrimas y apartándose—. Fury dijo que había una crisis.

El director Phil Coulson sonrió.

—Tras todos estos años, ¿crees que te abandonaría cuando me necesitas? No será otra vez.

La mirada de ella se suavizó. Respiró hondo, no quería volver a llorar. Incluso ahora, Coulson sabía exactamente dónde se escondía y siempre parecía encontrarla. Y ante él, la joven que había acogido bajo su protección cuando ya no le quedaba nada, admitió por primera vez:

—Tengo miedo. No sé qué hacer.

Coulson suspiró, e incluso ahora, ponía la misma mirada que cuando encontraba a Pamela perdida y sola, y siempre asustada. Esa mirada la hacía sentir comprendida y cuidada, como si siempre tuviera a alguien a quien recurrir sin importar qué.

—¿Por qué piensas eso?

Ella soltó una risita, llorosa una vez más. Sonaba seca. Pamela se hundió en uno de los taburetes de la isla de la cocina.

—Cuando me encontraste, estaba sola —empezó, con un nudo en la garganta. Coulson se sentó también, escuchándola—. No me quedaba nada, pero apareciste tú y me lo diste todo. Me diste un techo, una fe, un propósito. Me dejaste hallarme a mí misma de nuevo en S.H.I.E.L.D. E incluso si HYDRA me estaba usando como su marioneta, te tenía a ti. Me hiciste sentir que podía sostener un escudo y proteger a la gente, que era buena. Y luego todo eso desapareció, y la verdad salió a la luz y ahora... ahora no sé qué hacer. No sé dónde debo ir. No quiero ser una agente, y no soy una heroína... Estoy perdida otra vez, y tengo miedo.

—Sí que lo sabes —la tranquilizó Coulson, y ella negó con la cabeza.

—No, no es cierto —recalcó Pam, mirándolo a los ojos—. Pensé que me gustaría ser yo misma, descubrir quién soy sin S.H.I.E.L.D. Pero... pero la verdad es que no soy nada sin eso. S.H.I.E.L.D, esa era mi vida. Mis creencias, mi esperanza, mi moral, todo lo que me enseñaste —empezó a derramar algunas lágrimas más, dejando salir por fin todo lo que se había guardado para sí misma—. Y tras... tras lo de Nueva York, yo... me quedé sin nada. Me metí de lleno en el trabajo y me convertí exactamente en lo que HYDRA quería que fuera. Me convertí en una asesina y... ¿cómo puede esa persona ser una Vengadora? No es que crea que deba ser una Vengadora —suspiró y se desplomó—. Es que...

Su antiguo mentor la observaba, dolido porque ella sentía dolor. Era algo refrescante, algo que necesitaba. Extendió la mano y la puso sobre su hombro. Un silencio triste se instaló entre ellos: una dolorosa culpa por aquellos años en los que Pamela había estado sola y perdida, y Coulson no podía estar allí para ella. No podía encontrarla en ese armario y traerla de vuelta, y en el fondo, Phil Coulson siempre se culpará a sí mismo por su ausencia.

—Recuerdo a aquella joven que encontré en aquella comisaría —murmuró su antiguo oficial supervisor. Pamela respiró agitadamente por la nariz—. Una chica que actuaba con dureza, y como si no le importara, pero en el fondo, yo sabía que tenía potencial, que tenía corazón, y aunque sentía que ya no le importaba, tenía la determinación de no rendirse nunca. Corazón, compasión, resistencia —le sonrió Coulson con dulzura—. Sabía que ella sería una buena agente, quizás incluso una de las mejores.

Ella levantó la vista y sintió que se le encogía el corazón. Pamela Daniels se tragó las lágrimas.

Coulson continuó.

—No sería su destreza, ni su agresividad, ni cualquier forma despiadada lo que la convertiría en alguien extraordinario. Era porque sabía que, por muchas veces que la derribaran, esa chica siempre volvería a levantarse. Así que le regalé unas cartas —eso hizo que Pamela soltara una suave risita, sonriendo a sus manos—, porque sabía que tenía el corazón de una heroína. Lo único que necesitaba era alguien que la valorara y creyera en ella. Yo creo en ti, Pam —ella volvió a mirarlo, suave y vulnerable—. Y estoy muy orgulloso de lo que eres hoy. Has llegado muy lejos. Pero yo no decido tu valía, Pamela. La única persona que puede juzgar tu valía eres tú. Tienes que creer en ti misma.

La mente de Pamela volvió a ese armario de almacenamiento de hace tantos años, donde Coulson le dio el mismo consejo, y ahora era muy diferente que en aquel entonces.

Ella sonrió y miró hacia abajo de nuevo, y algo muy catártico la invadió. Se quitó un peso de encima.

—Aún tengo esas cartas —dijo al cabo de un rato.

La sonrisa de Coulson se iluminó.

—Me lo imaginaba.

—Son una pieza de colección —ella bromeó—. Estoy muy orgullosa de ellas.

Compartieron una pequeña risa y Pamela entrañó los momentos como estos.

—Sé lo que está pasando con Ultrón —dijo entonces Coulson, y ella frunció los labios.

Pamela asintió y volvió a ponerse tensa.

—Sí, te lo habrá dicho Fury.

Una pequeña sonrisa apareció en la comisura de sus labios.

—Soy el director de S.H.I.E.L.D., se lo dije yo.

Soltó una pequeña carcajada, pero se le pasó muy rápido. Pamela cerró los ojos y respiró hondo.

—Tengo que seguir hasta el final, ¿no?

Coulson se limitó a encogerse de hombros, sin responder a su pregunta. Pamela sabía lo que estaba haciendo. Se miró las manos, apretándolas y soltándolas.

—No tengo superpoderes, Coulson. No tengo superfuerza ni armadura de hierro, no tengo nada que me ayude a luchar contra estos tipos.

—Sí, tienes algo —dijo Coulson—. Tienes tu entrenamiento, tu mente, tu determinación de no rendirte y una responsabilidad.

Pamela se enderezó un poco y se dio cuenta de lo que quería decir.

—Ser el escudo —finalizó, sintiendo una nueva sensación de determinación crecer en su pecho.

Pensó en lo que Romanoff le había dicho. No había un final claro para el camino de la redención, pero tenían que seguir intentándolo de todos modos. Pamela no sabía si iba a redimir las cosas horribles que había hecho, su equipo y las personas que había matado; no podía retroceder en el tiempo y salvarlos a todos, pero podía vengarlos.

—Pero no hay nada que te impida contar con algo de ayuda —continuó Coulson, y Pamela lo vio acercarse a un maletín apoyado en el lateral del banco de la isla de la cocina. Lo dejó sobre la encimera, frente a ella. A Pamela le dolió el corazón al ver el viejo símbolo del águila de S.H.I.E.L.D. en la parte superior, que por fin se mostraba como símbolo de todo lo que S.H.I.E.L.D. debía ser.

Ella lo miró, un poco insegura, pero ante su asentimiento, Pamela extendió la mano y abrió el maletín.

Tomó una de las armas del interior y giró la intrincada pistola con empuñadura personalizada. Reconoció el diseño y miró a Coulson, divertida.

—¿Es una pistola de los Dulces Sueños?

Coulson se rió entre dientes cuando dijo el nombre.

—Se llaman ICER, pero le diré a Fitz que has dicho hecho. Dendrotoxina, no es letal. Hice que el equipo técnico reforzara esta para incluir un pulso eléctrico, debería causar algún daño contra un ejército de robots.

Pamela sonrió, recogiendo las pequeñas piezas de tecnología. Reconoció los discos eléctricos que solía utilizar como agente, unos cuantos cuchillos y otro ICER. Pamela estaba acostumbrada a tener armas y tecnología limitadas. En su formación le habían enseñado que si necesitaba un arma, tendría que cogerla. Y así lo hizo. Pero cuando se veía superada físicamente por robots metálicos, necesitaba un poco más de ayuda.

Pamela recogió la última pieza. Examinó el bastón, lo hizo girar entre sus manos y se acostumbró a él. Presionó con el pulgar las huellas en el costado y observó cómo chispeaban con una oleada de carga eléctrica roja. Ella sonrió. Su propio veneno.

—Tus científicos se han superado —se rió entre dientes, mirando a Coulson.

—Fitz-Roy-Simmons son los mejores —sonrió, y sonaba orgulloso.

Pamela se encontró con la mirada de Coulson, y cada piel finalmente se convirtió en la chica que siempre había sido, y en este momento, era esa chica cuya determinación brillaba. Una chica con el corazón para nunca rendirse.

La Víbora Roja sonrió.

—Supongo que es hora de que me ponga el traje.

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roy en ese "fitz-roy-simmons" es clarissa roy, un personaje de otro fanfic de la autora original de este libro que forma parte del canon. como ya mencioné en la introducción, habría algunas menciones de dichos personajes.

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